Viernes 29 de Marzo de 2024

ALEJANDRO ESCALANTE

12 de marzo de 2018

La Pasarela del ferrocarril y el abandono de los espacios públicos

Caminar por la pasarela es jugarse un poco la vida, es observar el deterioro de los espacios públicos

12/03/2018// P. R. Sáenz Peña/ por Alejandro Escalante//

Llega la tarde, el sol comienza a bajar, la estación de ferrocarril de Sáenz Peña nos traslada a otro lugar, otros tiempos, su arquitectura forma una simetría perfecta con el sol que se va escondiendo en el horizonte. Por encima del sol hacia el poniente, se encuentra la pasarela, allí, firme, orgullosa, desde 1946 viene observando a la ciudad.

En el año 2013 fue re-inaugurada, la llenaron de luces, la pintaron, arreglaron sus escaleras, pusieron una placita para los niños, justo ahí, al lado de su escalera que da a la avenida uno, del lado del centro, y sobre una pared colocaron fotos de aquellos tiempos, cuando era fundada la estación del ferrocarril.

A cinco de años de aquella renovación, todavía mantiene su silueta tan particular cuando el sol desciende sobre la tarde saenzpeñense, pero al acercarse al lugar, al divisar más de cerca, como quien se introduce en una foto de postal, puede observarse su deterioro, su abandono. Las fotos sobre la pared, despintadas y rotas, penden de un modo lastimoso, y la basura tirada en el suelo completa la triste escena.

Luego, al subir sus escaleras, la ausencia de escalones comienza a generar incertidumbre, la duda de seguir subiendo o no, y los escalones que todavía quedan, simulan una seguridad, que no es tal, ya que al pisarlos se mueven, como baldosas flojas luego de una tarde de lluvia.

Ya arriba, completada la odisea de la escalera, el escenario que nos brinda el suelo por donde se transita la pasarela produce congoja, tristeza, la melancolía se confunde con la forma hermosa en que ilumina el sol a las seis y media de la tarde. Sus tablas están desmembradas, rotas, como si un gigante hubiera cruzado corriendo y tras él, una muchedumbre furibunda tomó las tablas para cazarlo.

Caminarla es jugarse un poco la vida, es observar el deterioro de los espacios públicos, el estado ausente, los negociados que se realizan con la obra pública, la privatización, el neoliberalismo instalado, el aumento del desempleo, la pobreza que aumenta, la policía que mata niños.

Luego, si miramos hacia el este el sol parece pintar a la estación de un color naranja y sobre sus tejas las palomas inquietas parecen conversar, entonces, se vuelve a creer, ese paisaje nos da un ápice de fe, saber que las utopías están, siguen, y como escribiera Eduardo Galeano “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”   



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